Recopilación poética del Dr. Emmanuel Márquez Lorenzo, la cual corresponde al período 2002-2012
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Introducción

He de ser honesto. Fue un sueño en mi adolescencia en algún momento de mi vida escribir un libro de poemas. Ciertamente, desde la primera vez que comprendí que las palabras podían acomodarse para formar expresiones lingüísticas amables al oído -más allá de la música- sentí necesidad de conocer dicho mundo. De hecho, fue precisamente en la comunidad de Potrero Alto, un pueblo de Alto Lucero de Gutiérrez Barrios en Veracruz, donde, gracias a una niña de nombre Virginia, quien me recitó un poema llamado Reto cuando iba yo en el cuarto grado de primaria (entre 1994 y 1995, apenas con nueve o diez años), que quedé maravillado. Desde ese entonces comencé a frecuentar la biblioteca del pueblo, que aunque modesta, contaba con algunas lecturas para niños bastante interesantes, propias de la colección “Libros del Rincón”. Al año siguiente, mi madre se mudó a Martínez de la Torre y, tras el cambio de escuela, le pedí me llevara a la biblioteca de la ciudad. Cerca de la casa de la abuela, a siete cuadras, tuve la suerte de tener a mi disposición innumerables títulos que se encontraban en la biblioteca pública. Con el paso del tiempo, desarrollé habilidades en lectura, escritura, expresión y por supuesto, conocimientos. Mi curiosidad se mantuvo con los años, pero una desgracia sucedida por necesidad económica al casi terminar el sexto grado (pérdida física de un libro que no se pudo pagar porque teníamos muchas dificultades en temas de dinero) ocasionó la prohibición de mi entrada a la biblioteca. En ese momento cúspide de mi amor por los libros recibir una noticia así fue fulminante, considerando que en ese entonces yo solía leer entre cinco y siete libros infantiles por semana. Al no encontrar una salida a la frustración por la interrupción a mi adicción lectora, me vi en necesidad de frecuentar los basureros de zonas de la ciudad que yo consideraba adineradas, donde esperaba encontrar ejemplares que pudieran permitirme seguir leyendo. De este modo, solía recorrer los alrededores de la colonia Obrera (a unas diez cuadras de casa) ante la mirada atónita de los vecinos, hurgando en la basura. Jamás encontré algo interesante a mis ojos, no obstante, apercibí algunos ejemplares de “Conceptos básicos”, libros populares de uso exclusivo en telesecundaria (aunque honestamente me parecían aburridos, pues mi intención no era adelantarme escolarmente, sino aprender cosas sobre las cuales no se hablaba en la escuela).
Yo, en ese momento de la vida, me volví infeliz. Mi madre se había mudado a Sementeras del Pital, en San Rafael, y yo le había insistido para no irme con ella, pero tampoco quería estar con mi abuela Demetria, así que hice todo lo posible para que me llevara con la bisabuela Genara, en Potrero Alto. Pero siendo un niño citadino, mi adaptabilidad al pueblo no fue fácil. Aunque tenía cerca la biblioteca de la escuela primaria, para la bisabuela Genara no era nada bien visto que un chamaco (en especial de cuna pobre) no colaborase con las labores de campo requeridas por la actividad ganadera y además, las domésticas. Esto ocasionó que a pesar de tener a disposición una buena cantidad de libros, no tuviese tiempo libre para realizar su lectura. Adaptarme fue casi imposible, además, por las evidentes diferencias de pensamiento que había desarrollado como niño de ciudad, por lo cual empatizar con chicos de mi edad en la escuela, criados en campo, fue prácticamente imposible. Aguanté toda esta presión cosa de un semestre, quizá, y le rogué a mi madre para que me llevara de vuelta con la abuela Demetria. Allá terminé el primero de secundaria, en la Escuela Técnica No. 71, y hacía todo lo posible por visitar a mi madre cada semana, los viernes al terminar el turno vespertino. La escuela, sorprendentemente, había dejado de interesarme, e incluso estuve a punto de reprobar el primer año porque me fue muy difícil adaptar en mi cabeza todo lo que sucedía alrededor (los constantes cambios de residencia de toda la vida, la inestabilidad económica, las carencias, entre otros factores). Para el segundo grado de secundaria, accedí a irme a vivir con mi madre, y cursé ahí también el tercer año. De hecho, antes de ingresar a tercero me di cuenta de que vivir en Sementeras no era tan malo. La gente era buena, aunque sumamente mal hablada, lo cual me fascinaba (el saludo usual era mentarse la madre), tenía paisajes bonitos y se podían hacer muchas actividades como ir a nadar o pescar, o recolectar hierbas o frutos comestibles que crecían de manera natural en el monte. Aprendí mucho ahí, en especial por la disciplina que había desarrollado al vivir con la abuela Genera (levantarse a las 5 de la mañana y cerrar el día a las 9 de la noche, sin hacer descanso). Con la famosa inundación ocurrida en 1999 sabía, además, que mi vida cambiaría. Al descender el nivel del agua yo me había ido a pepenar a los platanales en búsqueda de libros, y sorprendentemente, me hice de muchos ejemplares de Enciclopedias. Algunos incluso los pedí regalados de los basureros de las casas en la propia comunidad, cuando alguien estaba presente y podía solicitar el permiso (nunca tomé cosas de la nada). Estos ejemplares, cabe decir, fueron una bendición, y me inyectaron nuevamente energía para poder continuar con mis estudios. Mi promedio se elevó entonces al tercer lugar de aprovechamiento (en sexto grado de primaria había sido primer lugar, pero mis compañeros eran sumamente capaces y competitivos en Sementeras), a pesar del bajón emocional y mental de los dos años anteriores.
Posteriormente, ingresé al telebachillerato de Potrero Nuevo (Guadalupe Victoria), población cercana a Sementeras. A pesar de que tuve buenos compañeros, nunca hice amistades sino hasta el sexto semestre, ya con temor de no volver a verlos. Yo me había propuesto culminar con excelencia mi preparación académica entonces, y no me fue nada fácil, considerando las más de 50 horas dedicadas a la semana al trabajo. Pero Dios me concedió mucha fortaleza, y tuve oportunidad de laborar como cortador de café, de plátano y especialmente de limón, y además, en la descarga de arena y grava de camiones Torton por las tardes y noches los fines de semana. Cuando no había trabajo, el tiempo lo invertía en leer y en elaborar hamacas, oficio que también aprendí en Sementeras. Todo esto ayuda a entender por qué no podía distraerme socializando, a pesar de que entendía lo importante de convivir con mis compañeros. Necesitaba hacer ese sacrificio y lo logré, incluso, a costa de nunca salir a receso en los seis semestres, todo por dedicar ese tiempo de manera exclusiva a la lectura. Para esa época (2000-2003, entre los 15 y 18 años), ya tenía mis propios escritos, más nunca les di mucha importancia, pues en el fondo, comprendía bien que a nadie le interesaba la poesía (cursilería pedorra, decían algunos). Es por esa razón que nunca me atreví tampoco a exponer mi forma de pensar o sentir, pues estaba en un momento de la vida también en el cual debía forjar el carácter, y a eso me ayudaba mucho el trabajo (con mi naturaleza tímida, además, lo más seguro es que habría vivido una etapa de hostigamiento sin fin). No obstante, disfrazaba mis cantos a todo pulmón en la chamba del corte de limón con canciones de José José (especialmente “Almohada”), como forma de interactuar con la flota y echar desmadre, antes que con hacerles notar lo mucho que amaba esa canción debido a su composición. A partir de principios del año 2002, no obstante, comencé a guardar con recelo mis escritos, y a fecharlos, porque sentí que valía la pena conservarlos para la posteridad (ocasionalmente, no obstante, olvidaba colocar este dato). De ese modo, fui integrando cuidadosamente un expediente físico entre mis cosas, el cual conservo hasta hoy en día. Hacia principios del otoño de ese mismo año, me enamoré, y nació el poema “Cuando te veo”, el cual surgió como petición propia de la chica que me gustaba, la cual había ingresado ese mismo semestre al Telebachillerato (al salir, coincidíamos usualmente en la parada de taxis colectivos, y como llevábamos el mismo rumbo, usualmente conversábamos, nos fuimos conociendo y ese interés de ella en mis escritos motivó a que la relación surgiera). Todo iba bien entre nosotros hasta marzo del siguiente año, cuando ella tuvo un cambio radical y repentino hacia mi persona. De la nada, me dijo que ya no me quería y nuestra relación terminó. Mi colapso mental fue tan doloroso que no podía evitar llorar durante clases, sucediendo esto de manera recurrente durante varias semanas (justo el año pasado, 2023, me enteré, de su viva voz, que dos maestras le habían prohibido andar conmigo a causa de que me veían muy dedicado, con muchos deseos y sueños de superación, y presentían que al estar yo en una relación iba a desinteresarme de continuar con mis estudios). Cuando eso sucedió, surgió el poema “Desilusión”, pero también ocasionó la ruptura de varios escritos que había hecho en honor a ella, quedando sin memoria su existencia. Tras un par de meses, una compañera, quien había sido mi amiga desde que iniciamos la preparatoria, reveló su interés conmigo, pero las cosas no funcionaron nada bien (me trató con tanto desprecio que de esa relación surgió el escrito “Soy un perro”). Para ese entonces, y con el corazón roto en dos ocasiones en el mismo año, decidí que, efectivamente, lo mejor era irme a Xalapa para continuar mis estudios (había quedado en 4° lugar en la lista de la carrera de Matemáticas). No obstante, yo estuve empecinado en irme solo, quería salir adelante sin ayuda de nadie, y consideraba que la fortaleza desarrollada en mis años de vida anteriores me ayudaría. Pronto conseguí un trabajo como inspector de la línea urbana de los Xallitic y comencé a salir adelante por cuenta propia y con más trabajo, pues ahora además de ganarme el pan, debía hacer las labores del hogar.
En mis primeros andares por Xalapa, me di cuenta de que yo no pertenecía ya a la ciudad. Los años pasados en los cuales había estado en Sementeras me hicieron extrañar en demasía la convivencia con la que consideraba mi gente (a pesar de que se mentaran la madre y se agarraran a golpes o machetazos cuando había diferencias). Era mi identidad y quería mantenerla conmigo, a pesar de la distancia (tardé más de un año en ir de visita, más, cuando supe que mi madre se había mudado nuevamente un par de semanas después de haberme ido a Xalapa). Durante mis primeras semanas me percaté del poco interés por una mascota atropellada en una calle por la cual pasaba con frecuencia (de donde nació el “Poema del gato muerto”). En Xalapa, además, me di cuenta de que no era feo (cosa que había creído gran parte de mi vida, por muchas circunstancias anexas, como la timidez o la sudoración excesiva en las manos cuando me ponía nervioso), más guardé el corazón de cualquier situación amorosa, debido a lo sufrido en mis dos experiencias anteriores. Con el paso del tiempo fui haciendo amistades, entre las cuales hubo una amiga que visitaba con frecuencia en su traslado al trabajo, la cual vivía en la colonia Ucis Ver. Ella laboraba en la mercería Baltazar, en el centro, sobre la calle de Sayago. Ocasionalmente, yo la iba a visitar en su hora de salida. No obstante, yo desconocía que ella se había enamorado de mí, pues a pesar de nuestra cercanía, nunca lo manifestó, y yo, de mi parte, aunque me sentía atraído, tampoco quise romper la relación de amistad existente. Hacia mayo del año 2004, no obstante, conocí a una de sus compañeras, y nos llevamos tan bien y nos sentíamos tan atraídos, que comenzamos una relación. A pesar de mi trabajo y compromisos con la casa y la escuela, me daba el tiempo para ir por ella a su casa y dejarla en el trabajo, y por las noches realizar el mismo recorrido a la inversa. Pasado un mes, no obstante, yo le había llevado unas flores para la hora de su salida (habíamos cumplido nuestro primer mes) y ella estaba muy molesta conmigo, tanto, que ni siquiera prestó atención a mi obsequio. Insistía en que yo había pasado a ver a alguien más ese día antes de haberla dejado en el trabajo (no tenía auto, aclaro), y que, además, me había besado con la chica. Le insistí en la falacia de sus palabras, pero permanecía muy segura de sí misma, insistiendo. Después de una hora de discusión yo decidí retirarme (otra vez con el pinche corazón roto). Una semana después me llamó para hablar conmigo: la amiga (en común) había utilizado a su hermana para crear dicha mentira y que nosotros termináramos. Le tenía demasiado amor, pero le expliqué que sin la confianza no tenía caso seguir, además de que ya estaba intentando enfrentar ese duelo. Nos separamos. Paralelamente, en mi trabajo me despidieron mediante engaños y no pude entablar una demanda pues afectaba a la persona que me había recomendado (pariente político). Ahí tuve mi primer gran fracaso escolar pues abandoné la escuela al ya no tener recursos para continuar. Durante esa misma época, mi madre estuvo desaparecida por un año debido a un probable ataque con burundanga sufrido en Xalapa. Bajo todas circunstancias, nació el poema “Depresión”.
Decidí a partir de entonces que no necesitaba de ninguna musa para escribir sobre el amor, y aproveché para también plasmar mis experiencias y emociones en otros ámbitos. Realmente disfrutaba mucho escribir. Y ahora podía aprovechar, a su vez, el tiempo que solía dedicar a la escuela. Un pariente me apoyó entonces con otro trabajo, participando en eventos como mesero. Meses después la empresa urbana para la cual había trabajado tras mi llegada a Xalapa me recontrató como checador para la zona del Ruta 2 y decidí continuar con mis estudios. En aquel entonces yo ganaba medianamente bien con las propinas que me daban los conductores (e incluso mi salario era mayor con ellos que con la empresa). Realicé examen en Lengua y Literatura Hispánicas y en Arqueología como opción por si no quedaba en la Facultad de Letras (al final opté por Arqueología porque no quería tener que escribir para sobrevivir, siendo una actividad realizada por gusto). Posteriormente, y con vísperas de mi ingreso a la universidad, decidí renunciar al trabajo y comenzar a generar recursos por mi cuenta en un punto estratégico de la ciudad donde pudiera seguir haciendo la misma actividad, pero ahora asociado con los conductores. Esa situación me llevó a Poeta Jesús Díaz, en el centro de Xalapa. Ciertamente, no era fácil estar a la intemperie a sol y agua, no tener donde sentarse o ir al baño ni contar con tiempo suficiente para comer, pero era lo que había (mi gran amigo Miguel, de la frutería y su hermano “chico” fueron un gran apoyo en esa etapa de mi vida). Laboré ahí varios años hasta fines del 2012. Estando en Poeta me enamoré nuevamente, durante los primeros meses del 2005 (origen de “Lindo, como la vida”), no obstante, la chica (quien era menor que yo) tenía conocimientos muy superiores a los míos (sus padres estaban cursando un doctorado en ese momento, de hecho), razón por la cual nuestras conversaciones divergían en relación con ciertos aspectos de la existencia. Mi relación con ella no fue mejor que las anteriores. Siempre caminábamos de la mano o nos dábamos nuestros besos, pero nunca había accedido a ser mi novia (era horrible querer a alguien y que en los hechos lo demostrara pero no se atara, y eso nunca lo entendí). Yo no sabía qué significaba para ella, y, al tener una moral y dignidad muy grande, le pedí que no volviéramos a vernos (de ahí surgió “Prólogo a la dialéctica de la vida humana”). Nunca la había visto llorar hasta ese día. Con el tiempo nos volvimos a ver, pero no hablamos más del asunto (aun en estos días quisiera tomar un café con ella para explicarle lo que tuve que vivir para tomar esa decisión). Ingresé a la Licenciatura en Arqueología en agosto de ese año y asumí la misma perspectiva de vida de la preparatoria: no hacer amistades, dedicarme a la lectura, cumplir y destacar. No obstante, yo había desarrollado habilidades para otra área de conocimientos (Matemáticas) y no me fue muy bien los dos primeros semestres. Al mismo tiempo, me di cuenta de que muchas de mis compañeras tenían atenciones hacia mí, sin tener yo interés en formalizar algo con nadie (algunas incluso me pidieron que fuéramos novios), pues no quería fracasar en la escuela por segunda vez. Hacia principios de 2007 inicié una relación nueva, aunque su origen no fue el mejor (ella llevaba algunos ocho años de relación cuando le pedí que fuera mi novia, y sí, aceptó, terminando unos días después con la otra persona). Pero la decisión pudo no haber sido la mejor (en el fondo, ella le seguía amando, hasta que, después de entrados unos meses comencé a ver que sí estaba involucrándose conmigo como verdadera novia). Dos años después, terminamos, más que nada porque, a pesar de dedicarle cinco horas diarias de mi vida teniendo trabajo, escuela y labores domésticas de por medio, ella no comprendía que yo a veces tuviera necesidad de dormir o de estar fatigado por la sobre explotación física y mental a la cual sometía mi cuerpo (dormía cuatro horas al día y cuando me iba bien, seis). Creo que después de eso, me guardó rencor pues ya nunca quise acercarme para resolver la situación (tenía, además, otra carga encima, la tesis, y había decidido presentarla al poco tiempo de egresar de la carrera, y sí, en el mes de septiembre conseguí mi titulación con un trabajo de 232 páginas). Para octubre del 2009 conocí a otra chica, con quien solía intercambiar miradas matutinas cuando me acercaba a checar camiones. Ella fue el origen de los escritos “Tus ojos han visto… ¡Y me ven!”, “Una estrella de nombre Angélica”, “Son las cuatro”, “Cuando la noche es tibia de nuevo”, “Oh niña” y “No es dolor”, que reflejan, en cierto modo la situación entre ambos. Habíamos tenido oportunidad de salir un par de ocasiones y me sentía enamorado aun sin ser correspondido (ella comentaba haber tenido un fracaso amoroso, curiosamente y para mi mala fortuna, con otro sujeto llamado Emmanuel que también era arqueólogo) razón por la cual nunca accedió a una relación de noviazgo conmigo. El tema de las velas, abordado en uno de estos escritos citados, surge a razón de que opté por ya no pagar los recibos de luz a mi vecina desde meses atrás, quien me realizaba cobros excesivos cada bimestre aun cuando yo solo contaba con el mínimo de aparatos eléctricos en casa y, además, solo la ocupaba para dormir. De este modo, estuve casi seis meses sin luz, tiempo en el cual me alumbré con velas y lavaba a mano la ropa (como lo hice recién llegado a Xalapa). El texto “No es dolor”, revela cómo fue que nos alejamos, al yo decidir que no era sano para mí cultivar algo que no tendría un fruto, pues al final, y como hasta ahora, iba a terminar doliéndome más a mí. Creo que al final, ella se arrepintió de no haberme tenido confianza, pero eso nunca lo sabré.
Pasó un año antes de que yo volviera a fijarme en alguien más. La esposa de uno de mis parientes había decidido presentarme a una de sus sobrinas en una fiesta, y por la noche, al despedirnos, nos besamos. Obviamente sentí bonito, y pensé que existía la posibilidad de formalizar una relación con ella. De hecho, me invitaron a ir a su pueblo, a Vaquería, en Cosautlán de Carbajal, a otra fiesta. Accedí. Tuve mi desilusión al darme cuenta de que no sabía lo que quería, y al parecer, también le había gustado otro familiar. Gracias a ella surgieron “Ileana parte” y “Pensar en ti”, siendo este último un parteaguas que considero importante porque comencé a agregar la hora de producción a mis escritos. Durante febrero y marzo de 2011, no obstante, conocí a otra persona, con quien supuse por fin podría tener a mi pareja perfecta (De ahí el origen de “Estoy enamorado”, “Existe cierta calidez en tu rostro”, “En torno a una conversación”, “Extrañándote”, “Suspiros”, “Yane” y “Vivamos”). Conversábamos y salíamos, pero todo empezó a fluir mal cuando me enteré de que no me había dicho su verdadero nombre al principio. Traté de minimizar ese hecho y a pesar de que sentí cierta conexión entre nosotros, me di cuenta, con el paso de los días, que existían más mentiras de por medio. Y como desde pequeño tuve mucho rechazo hacia las personas mentirosas, no tuve más remedio que alejarme. Ya con la moral menos elevada, me atreví a tener deslices, y así fue como en octubre de 2011 y como producto de unas noches apasionadas surgió “En ti”. Un par de meses después, no obstante, accedí a formalizar con quien pensé entablar una familia y procrear. No obstante, y tras unos meses en los que habíamos planeado ser papás y vivir juntos, me enteré de que ella tenía otro compromiso, con quien llevaba ocho años de relación. Enterarme solo un par de días antes de tomar dichas decisiones, me colapsó de nuevo y provocó en mí una depresión que me orilló a dejar de escribir durante meses. De hecho, fue una etapa en la cual no salí de casa a excepción de situaciones muy elementales, como la compra de alimentos (en ese entonces era becario de nivel maestría y mi tiempo completo, por acuerdo, era dedicado a mis cursos). Producto de esa relación surgieron, ya entrado el año 2012, “Sentir la piel”, “Noche en tu ausencia”, “La soledad”, “Tu recuerdo”, “La naturaleza de tu cuerpo”, “No quiero estar más sin ti”, “Me va a doler” y “La mujer parásito”. Ciertamente, después de esta última experiencia, no tuve ganas de volver a escribir poesía, y ya solo lo hago de manera muy esporádica, cuando siento de nuevo esa necesidad.
El acomodo de los textos presentados aquí, cabe decir, sigue un orden cronológico, relativo al período referido (2002-2012). En la parte final se han integrado otros más, los cuales, a pesar de que no se encuentran fechados, fueron elaborados durante la misma etapa. Espero en algún otro momento dar luz a los escritos que surgieron después, que, aunque pocos, pueden seguir nutriéndose, sin duda, cuando el amor de mi vida se haga presente.
Emmanuel Márquez Lorenzo
Colotlán, Jalisco, mayo de 2024

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Obra Poética 2002 - 2012

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